El Saler es una obra de arte, hay que conservarla
Estas palabras dedicadas al campo en el que esta esta semana se disputa el Open de España eran de Gonzalo Fernández Castaño, además, el jugador madrileño añadía que «habría que conservarlo como si se tratase de un Dalí o un Picasso».
Que un jugador top 35 del mundo diga eso de un campo es importante, si además esas palabras se las dedica después de haber estado jugando la semana pasada en uno de los mejores campo del mundo, todavía adquieren mayor valor. Eso si, ¿cómo se conserva un campo? o quizás antes habría que preguntarse ¿qué es conservar un campo?
Cuando Gonzalo Fernández Castaño habla de conservarlo entiendo que habla del diseño que Javier Arana realizó en su momento, de la esencia que imprimió a los 18 hoyos, por lo que tan pronto lei esas declaraciones a mi mente vino un libro del que ya os he hablado alguna vez The Future of Golf de Geoff Schackelford.
En el libro, Geoff Schackelford habla exactamente de eso, de como campos que son joyas del diseño, se han visto obligados a cometer reformas importantes para seguir siendo competitivos bajos las circunstancias actuales. ¿Cuales son dichas circunstancias?
No son otras, que jugadores que son capaces de promediar desde el tee mas de 300 yardas, unas distancias muy por encima de lo que los diseñadores tenían en mente cuando realizaron sus diseños. Greenes que antes se atacaban con hierros largos, ahora vemos como los jugadores tiran hierros cortos, donde antes costaba frenarlas, ahora se dejan secas, modificando por completo el esquema de juego planteado por el diseñador en dichos hoyos.
Es un buen momento para recordar aquel post en el comentaba como las jabalinas tuvieron que modificar el centro de gravedad para que los atletas no las sacasen de los estadios en vez de rediseñar todos los estadios del mundo. En el fondo, era eso o la muerte del lanzamiento de jabalina, que era más lógico, ¿modificar las jabalinas o modificar los estadios?
Dudo que alguno de nosotros optase por la opción de los estadios, lo que me pregunto es , que si dicha opción parece tan ilógica, ¿por qué a nuestros campos les añadimos más y más yardas?
No pensemos que el añadir metros es sólo un tema de distancias. Primero hay que realizar un diseño y realizar las pertinentes modificaciones, con su correspondiente coste. El incrementar las distancias provocan que los costes de mantenimiento del campo sean más altos. Se necesita más agua, más operarios para mantenerlos y todos esos costes hay que trasladarlos a los greenfees, lo cual aleja a los jugadores del campo al ser el dinero un recurso limitado, como también lo es el tiempo que se tarda en acabar las rondas cuando a un campo le hemos añadido metros y metros.
No se tarda sólo más porque haya más metros, si no porque esas distancias obligan a pegar palos más largos, estos junto con la pericia de los golfistas, generan más dispersión, más tiempo para buscar las bolas y finalmente más golpes. Necesitando más tiempo para jugar cada vuelta y dando medias de juego, muy por encima de las 4 horas.
Por todo eso cuando escuchaba las declaraciones de Gonzalo Fernández Castaño, pensaba en que la única manera de conservar esas obras de arte del diseño de campos, es ponerle freno a la bola y a las distancias que se consiguen. Sin ese freno, se seguirán haciendo reformas en campos, que puede que queden bien, mal o peor, pero si nadie se atrevería a rediseñar (no restaurar) un cuadro de Dalí o Picasso, ¿por qué si que lo hacemos con campos que consideramos obras de arte cuando la mejor manera de conservarlos es poniéndole freno a la bola sin tocar los campos?
Limitando la distancia no sólo no estropearíamos obras de arte, si no que los greenfees serían más baratos, las vueltas serían más cortas, por lo que la gente podría jugar más al golf, dedicándole menos tiempo y menos recursos.
Imagen|Golfinspain